jueves, 1 de abril de 2010

NUBES

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Las nubes, mientras las veo,
se alzan con urgencia, rosadas
en su ensamblaje de poder sombrío 

o surgen en el apuro de la tarde
sobre tejados y paredes
herméticas, lúgubres—

                                            Anoche
como si la muerte la hubiese iluminado pálidamente, 
tu piel estaba fría. 
O fría no; fresca, enfriándose, 
con los últimos rastros
de tibieza desvaneciéndose, todavía ahí.
Mi muslo se quemó de un miedo helado 
donde lo tocó el tuyo.

Pero me obligué a visualizar un cielo
cerrado y próximo —no como el que cruzaban esas nubes—
un cielo gris de bruma apareció
y mirándolo fijo pudimos ver
que el gris no era gris, sino un blanco lechoso
donde vestigios radiantes de verde ópalo
y azules feroces brillaban, se desteñían, y volvían a brillar.
Y recién al ver el color en el gris,
saltó a la vista un campo, tendido
entre nosotros y el horizonte,

un campo de los pastos más frescos y más altos
tachonado de dientes de león,
verde y oro
oro y verde alternándose en acordes tupidos,
un campo madrigal.

¿Será que la muerte que visitó nuestra cama
no es lo que parecía ser, sino
un gris para mirar con atención?

Mientras limpio los anteojos y me asomo al oeste,
mientras despejo mi mente de la niebla del día
y me inclino sobre mí misma para ver
los verdaderos colores,

miro las nubes y las veo
en su marcha pomposa, persiguiendo
al sol que cayó.




(De "Poems 1960-1967", 
New Directions Publishing Corporation, 1983)

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